La provocación alcanzaba su objetivo, y la inversión de la relación escenario-sala se verificaba puntualmente. El espectáculo representado en el escenario era un desafío: lograr una situación teatral colectiva por encima de las situaciones dramáticas contingentes. El personaje ya no era la unidad tradicional del drama al ser un arquetipo representante de una sociedad sometido a la perspectiva de su destino. Había que destruir en el público las reacciones naturales con respuestas preestablecidas; para ello era imprescindible dinamitar los puentes por medio de una ruptura del diálogo en el nivel lógico y sintáctico y desarrollar la obra en cuadros independientes no lineales. Lo esperado era el intento de una reacción física. Procedimientos expresionistas que los dadaístas habían utilizado en extremo con éxito y que será adoptado luego por el mismo Artaud en el teatro de la crueldad.
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