Málaga, España
En enero de 1937 Picasso aceptó el encargo por parte de la República Española de realizar un gran mural para el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París; el 4 de junio el mural, titulado Guernica, sería expuesto en el Pabellón. En ese año, Picasso, fundador y renovador del arte moderno, era el único artista que conservaba su vigencia frente a los sucesivos movimientos de vanguardia; gozaba del máximo reconocimiento a nivel internacional, hasta el punto de ser considerado un ‘mito’ viviente. El artista, que en esa década se reencontraba emocionalmente con su país, ya se implicó con la República al aceptar su nombramiento como director del Museo del Prado. Pero la magnitud del nuevo encargo conllevaba otra clase de compromiso. Era un compromiso con las expectativas propagandísticas de la República Española, pero también lo era con su propia exigencia como artista más importante del momento y como valedor del arte moderno. Durante el proceso de realización del mural, la población de Guernica fue bombardeada por la aviación italo-alemana, aliada del bando sublevado. Guernica será el título con el que Picasso denuncie la masacre perpetrada contra la población vasca. Más allá del título, en el mural apenas se identifican elementos que remitan a este suceso. Los ideogramas presentes en el estado definitivo de Guernica, y en sus estados preparatorios, ya existían en la producción picassiana. Estos ideogramas, como la paradigmática fórmula toro-caballo, pertenecen a su imaginario más íntimo. Picasso no fue capaz de resolver Guernica hasta reunir de forma eficiente un conjunto de elementos rescatados de lo más profundo de su lenguaje. Recuperó estos ideogramas de su imaginario propio y los concentró en Guernica. La consecuencia es la compleja condensación de símbolos que hace de este cuadro una obra polisémica y hermética a partes iguales.
In January 1937 Picasso accepted a commission from the Spanish Republic to paint a large mural for the Spanish Pavilion at the International Exhibition in Paris; on 4 June the mural, entitled Guernica, was to be exhibited in the Pavilion. In this year, Picasso, the founder and renovator of modern art, was the only artist who remained relevant in the face of the successive avant-garde movements. At this time he enjoyed the greatest international recognition, to the point of being considered a living ‘myth’. The artist, who was emotionally reconnected with his country in the 1930s, had already become involved with the Republic when he accepted his appointment as director of the Prado Museum. But the magnitude of the new commission entailed a different kind of commitment. It was a commitment to the propagandistic expectations of the Spanish Republic, but it was also a commitment to his own demands as the most important artist of the day and as a champion of modern art. During the process of creating the mural, the town of Guernica was bombed by the Italian-German air force, allied with the rebel side. Guernica was the title with which Picasso denounced the massacre perpetrated against the Basque population. Beyond the title, there are hardly any elements in the mural that refer to this event. The ideograms present in the final state of Guernica, and in its preparatory states, already existed in Picasso's production. These ideograms, like the paradigmatic bull-horse formula, belong to his most intimate imaginary. Picasso was not capable of resolving Guernica until he efficiently brought together a set of elements rescued from the depths of his language. He recovered these ideograms from his own imaginary and concentrated them in Guernica. The consequence is the complex condensation of symbols that makes this paint a polysemic and hermetic work in equal parts.
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