Frente a la imperturbabilidad de la ley como razón de razones, los juristas, siempre han sido cautivados por los textos jurídicos y su relación con divinidades, tal vez, porque como decía Cicerón, «nos atraen porque representan la ilusión de la perpetuidad». A lo largo de sus innumerables horas de lectura y estudio, todo jurista ha sido visitado (metafóricamente) por figuras y conceptos que han aparecido entre las grietas del derecho, personajes y situaciones que muestran al derecho como fuerza que va más allá de lo que el ser humano conoce y puede llegar a entender… la ley, la justicia no explican todo… Un jurista, cuando tiene treinta años es un proyecto intelectual y se siente iluminado por el espíritu y la esencia del derecho e incluso a veces cree haber resuelto el enigma del mundo; a los cuarenta años empieza a reflexionar sobre el universo jurídico y es capaz de sumergirse y perderse en sus disquisiciones y razonamientos intelectuales; a los cincuenta, todavía mantiene el espíritu luchador y creativo, pero comienza a desconfiar de sistemas y organizaciones, pero a los sesenta años, descubre que todo es insoluble y efímero… y comienza a disfrutar con más gana de todo lo aprendido en el camino… Y cánones, leyes, disposiciones y normativas diversas comienzan a ser relativas porque la experiencia ya le ha demostrado en más de una ocasión que eso es así… Y se es capaz de disfrutar descubriendo y asimilando conocimientos irrelevantes porque como diría D. José Ortega y Gasset «sorprenderse y maravillarse es comenzar a entender… Posdata: «De la vida no quiero mucho: quiero apenas saber que intente todo lo que quise, tuve todo lo que pude, amé lo que valía la pena y perdí lo que apenas nunca fue mío» (Pablo Neruda)
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