En el siglo IV, el cristianismo dejó de ser una religión perseguida para convertirse en el culto oficial del imperio romano. Fue entonces cuando la iglesia se transformó en la institución más poderosa del planeta. Sin embargo, casi al mismo tiempo, en el seno del cristianismo surgieron disidencias que interpretaban la figura de Jesús de Nazaret de manera muy diferente a la doctrina oficial. Fueron las herejías, movimientos heterodoxos que amenazaban con hacer tambalear el poder político y económico de la Iglesia Católica.
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