Hacia junio del año 326 a. C. Alejandro se encontraba ya a 5000 km de Pela, la capital de su reino. Marchas interminables, batallas terribles, guerrillas insidiosas, fortalezas en apariencia inexpugnables y miles de lances más habían ido forjando un ejército hasta ese momento invicto. Sus tropas no parecían tener demasiados motivos de queja; el propio rey compartía sus fatigas y sus riesgos. Las tropas mercenarias recibían sus pagas. Los macedonios no habían dudado en seguir a su rey, sin hacer demasiadas preguntas, hasta donde este quisiera llevarles. O, al menos, esa impresión daba. La situación cambia, al parecer de manera inesperada, a orillas del río Hífasis
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