México
Santander, España
Ya desde hace varias décadas la antropología social y cultural ha ido perdiendo su supuesto monopolio del «trabajo de campo», la etnografía como clásica seña de identidad de nuestra disciplina desde sus tiempos fundacionales. Tanto procesos intra-académicos —la apertura de otras ciencias sociales y humanísticas hacia métodos cualitativos, biográficos y/o participativos— como actores extra-académicos —las autoinvestigaciones gestadas al interior de los propios movimientos sociales así como los reclamos de descolonización metodológica vertidos hacia la antropología y otras ciencias sociales— han enriquecido, diversificado y actualizado formas de investigación «de campo» que van más allá de la clásica etnografía y su alter ego, la observación participante. Surgen nuevas prácticas «de campo» que se plantean como etnografías feministas, descoloniales y/o colaborativas (Álvarez Veinguer, Arribas Lozano y Dietz, 2020) a través de las cuales el trabajo colaborativo ya no se limita al «camp», sino que atraviesa el conjunto del proceso de investigación, generando reflexividades en diálogo entre diversos tipos de actores (Dietz y Mateos Cortés, 2022).
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