Es como si una mano invisible descorriera los viejos visillos polvorientos que nos impedían contemplar los verdaderos colores de los frescos de Miguel Ángel en la Sixtina. Podría ser ésta la imagen más apropiada para hacerse una idea del fabuloso trabajo que los tres restauradores del Laboratorio de los Museos Vaticanos y sus dos ayudantes están llevando a cabo en la prodigiosa Capilla, con el propósito de devolverle al gran escultor y arquitecto del Renacimiento la justa fama de ciclópico pintor que tenía en aquel entonces, dueño de una paleta entre las más luminosas y vibrantes que se han dado en la historia del arte de todos los tiempos.
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