Agonizante Enrique Tierno, entreabrió los ojos y, tomando fuerzas de no se sabe dónde, apretó entre sus manos las de Juan Barranco, que estaba junto a la cama, y le dijo: "¡Lo hará usted muy bien!". Era, sin más historias, la transmisión de poderes. El abismo humano, inmensurable. Y tanto, que no hubo en la Villa y Corte de Madrid quien no pensara para sus adentros "la última ironía aviesa del "viejo profesor" es dejarnos a esta pobre criatura como sucesor..."...
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