Recientemente el 23 de Enero de 1958 se puso de moda, vivió unos efímeros días de gloria. Gobierno y oposición revivieron aquel momento estelar de nuestra historia contemporánea, cuando el pueblo de Caracas, insurrecto y en la calle, obligó a las Fuerzas Armadas a deponer al dictador, única manera de detener lo que era imposible saber en qué pararía si no se ponía fin a la dictadura. Y digo «el pueblo de Caracas», porque mientras en la capital se conspiraba afanosamente, preparábamos la huelga general que al fin estalló a mediodía el 21 de enero, previa la paralización de la prensa desde la mañana, y se peleaba en las calles contra la policía del régimen, las Fuerzas Armadas estaban acuarteladas; el resto del país, con pocas excepciones, permanecía en calma, tensa en muchas partes, pero sin la agitación y el ajetreo insurreccional que había en Caracas. La noche antes del 23, mientras aquí seguíamos conspirando, desde la «concha» y en acciones clandestinas, y a la espera de los acontecimientos ya anunciados sigilosamente, en Maracaibo, la segunda ciudad del país, se jugaba un candeloso partido de béisbol.
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