Lo de menos es que Antonio Pedrol Rius, a sus 76 años, siga lúcido como un mercader veneciano; o que ya se hayan diluido en su voz las huellas del hombre catalán llegado de Reus; o que siga al frente del Consejo General de la Abogacía después de los cambios sucesivos del poder. Hay algo más sustantivo en él, oculto en alguna parte de ese prodigioso mecanismo humano que se adapta tan bien a las exigencias del tiempo. Pedrol sigue con el mismo veguero, la misma sonrisa mediterránea, la misma habilidad con el capote... Invulnerable al riesgo. Ahí está la clave: en esa "segunda naturaleza" que impide conocer la frontera entre el decano, cuatro veces reelegido, entregado a su representación, y el hombre, las propias ideas, el compromiso personal de una vida consagrada a la justicia. Es el predominio del enigma...
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