Durante hora y media de mímica retórica impecable, incólume la voz, brillante, atronador, Blas Piñar volvió a convertirse en el caudillo de la ultraderecha española. Dos mil entusiastas, muchos de ellos con camisa azul, ellas con abrigo de piel y todos con fascinación en el rostro, le aclamaron como caudillo en un cine madrileño, según la más pura tradición fundacional falangista.
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