Jaime I acababa de conquistar Mallorca, y se vanagloriaba de ello. Aprovechando los recursos y el prestigio obtenidos, se dispuso a la conquista de Valencia. Aunque el territorio valenciano no contaba con la ventaja de la insularidad, se hallaba erizado de castillos de roca que, bien aprovisionados y defendidos por hábiles ballesteros, podían resistir sitios de gran duración, como bien había mostrado el fracaso de Peñíscola.
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