Sólo unos cuantos incondicionales se acercaron a la plaza de San Jaime. No se descorcharon botellas de cava por las calles, ni en las Ramblas sonaron conciertos de bocinas victoriosas. Muchos catalanes estaban dispuestos a inundar Barcelona con sus gritos de protesta, otra vez, si la Audiencia hubiera decidido procesar a su president. Pero Pujol no pasará por los tribunales, y los barceloneses se quedaron en casa. Tranquilidad, había dicho el Honorable. Y tranquila fue la noche del alivio.
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