Vivimos en una época acelerada y convulsa de cambios vertiginosos en todos los órdenes. A los seres humanos, nunca el presente se nos había convertido en pasado tan deprisa como hoy y nunca el futuro nos había llegado con la rapidez que ahora nos llega. Invenciones tecnológicas que acabamos de estrenar se convierten en obsoletas en un abrir y cerrar de ojos y formas de vivir, de pensar, de viajar, de entender la familia, de relacionarnos unos con otros, etc., o costumbres que ahora abrazamos orgullosos y que a nuestros abuelos les habrían parecido inalcanzables, estamos seguros de que no serán exactamente las costumbres ni las formas de vivir ni las tecnologías de nuestros hijos y, a nuestros nietos, les parecerán auténticas antiguallas. Nada, absolutamente nada parece duradero ni sólido en este siglo XXI en el que vivimos.
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