Al-Hakam II, que sentía pasión por los libros mandaba a sus emisarios hasta Oriente a buscar manuscritos originales o copias que pagaba generosamente. Su biblioteca, que estaría alojada en los alcázares de Córdoba y de Medina Azahara, fue la más grande en el Mediterráneo desde la desaparición de la alejandrina, llegando a ocupar su catálogo, según las crónicas, cuarenta y cuatro índices de veinte páginas cada uno
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