Desde épocas muy remotas se afirmaba por pueblos de diverso origen y de regiones apartadas entre sí que de cuando en cuando caían en la Tierra piedras más o menos grandes, provenientes del cielo. Esta aserción, hoy plenamente aceptada por todos y casi cotidianamente corroborada, fue sistemáticamente rechazada por muchos círculos doctos, que rehusaron aceptar la realización de tal fenómeno por juzgar que contradecía los principios de la mecánica celeste. A lo sumo se admitía la posibilidad de que algunas piedras arrojadas con enorme fuerza por volcanes terrestres fueran a dar a lugares muy alejados de la erupción ígnea, donde ignorándose la conmoción volcánica respectiva, se atribuyera a tales piedras origen extra-terrestre.
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