El general Landazábal abandonó al tiempo conmigo su oficina, que en verdad no tenía aspecto de tal. Se trataba más bien de un apartamento confortable, en cuyas paredes las fotos, los diplomas, las múltiples distinciones, reclamaban la atención del visitante. Ya en la calle, bajo un sol calcinante, la conversación continuó por algunos minutos. Le ofrecí acercarlo a su casa. De manera cortés rehusó. Me explicó que su apartamento estaba situado a muy pocas cuadras del lugar en que nos encontrábamos. Era la una y cinco del 18 de febrero de 1998. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos. Mientrasse alejaba me quedé observándolo durante algunos instantes. Entones me sorprendió el hecho de que un personaje tan controvertido anduviese como cualquier vecino, desprovisto de protección. Dicha imagen fue la primera que vino a mi mente cuando en la mañana del 12 de mayo de 1998 me enteré por la radio de que el general Landazábal había sido asesinado por sicarios. Hacía justamente el camino inverso: de la casa a su lugar de trabajo.Aquí se presenta la segunda de dos entrevistas hechas al general1. Quizá no sobre decir que se ofrece un testimonio y no un reportaje. De manera consdente el entrevistador evitó interrumpir con preguntas frecuentes el ritmo del discurso. No se trató de "confrontar” al general, sino de conocer de primera mano el juicio sobre su papel en una coyuntura histórica. Mi interés global en las dos entrevistas era el de acercarme al pensamiento de los militares sobre la cuestión decisiva de la paz en Colombia.
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