El “poder blando” de un país, en contraste a su “poder duro”, recae, como sabemos, en tres fuentes de recursos del país: su cultura (en los elementos en que resulta atractiva para otros), sus valores políticos (en tanto relevantes al interior y exterior del país considerado) y su política exterior (en tanto percibidas como legítimas y con autoridad moral), pudiendo ser esgrimido por distintos actores de la política internacional -no solamente los estados- (Nye, 1990, 2004).
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