Este ensayo analiza cómo la práctica de la sexualidad extramatrimonial fue determinante para crear instituciones que protegieran la honra femenina como la Casa de Niños Expósitos o la Sala de Partos Ocultos en la Ciudad de México. Estas instituciones resguardaban, más que a las mujeres, a la sociedad de atestiguar actitudes consideradas indeseables. Ambos lugares encarnan la alianza de sistemas religiosos, legales y médicos que ocultaban el resultado de prácticas sexuales furtivas. Este artículo contrasta los libros de estas instituciones con querellas donde las mujeres filtraban sus voces a través del escribano y los recados dejados con los niños expósitos.
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