El lenguaje de La gran sultana se enreda con juegos de palabras, soliloquios, rompecabezas, oxímorones, y oraciones íntimas. Mientras se desenlaza la trama, también se revela la verdadera identidad de Madrigal, el esclavo soberbio. Tan chistoso, sorprendente, cruel, y creador como cualquier pícaro, Madrigal cambia de opinión cada dos por tres, y cambia de trabajo igual de rápido. Procuro demostrar que sus poderes creadores y transformativos sobresalen en su habla rica y excéntrica, y que sus palabras secretas o ¿codificadas¿ se derivan de sus múltiples oficios. Madrigal se metamorfosea de ¿cocinero¿ desgraciado en sastre poco hábil, intérprete confuso, maestro disparatado, y sacerdote falso. Este fanfarrón nos miente al decir que enseña a hablar a un elefante, pero a la vez nos avisa que sí conoce los motivos más profundos del dramaturgo.
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