El lugar que ocupa el cuerpo en nuestra sociedad es cada vez más relevante. Especialmente su dimensión estética, que se ve sometida a dictámenes en busca de aceptación y éxito. Cuando las preguntas fundamentales sobre quiénes somos y qué da sentido a la vida se formulan mal, llevan a concepciones antropológicas y vivencias del propio cuerpo poca sanas. Ahí surgen las situaciones en que se hace del cuerpo un auténtico objeto de culto. La espiritualidad ignaciana arroja algunas claves para una vivencia adecuada de la relación con el propio cuerpo, y para una pastoral que ayude a una relación ordenada con el mismo.
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