En el capítulo 28 de Don Quijote I, el cura, el barbero, y Cardenio descubren a un joven en un lugar apartado de la Sierra. El cuadro, que se presenta como un momento casi idílico, pronto da lugar a un juego de velado erotismo cuyas alusiones, reticencias y rodeos nos revelan finalmente que este joven es, de hecho, una mujer. Dorotea, pues se trata de ella, cuenta su historia. Es éste un relato cuya pauta repite con singular exactitud las paulatinas aproximaciones del texto al aspecto físico de Dorotea con que se inició la escena. Este doble descubrimiento de cuerpo y ser incita la participación del lector en la recuperación de Dorotea como totalidad existencial que sobrepasa, sin anularlos, cada uno de sus componentes, y es también la imagen de nuestro esfuerzo por recobrar la totalidad del texto mismo.
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