Fidel no parece dispuesto a poner sus barbas a remojar y, tras el frío recibimiento de que fue objeto en la Cumbre Iberoamericana, el comandante más famoso del mundo se ha desquitado en Galicia: vítores, homenajes y romerías en dos jornadas con ribetes de esperpento en las que no faltó la visita al terruño, el regalo del caballo ni el recurso a los lazos de hermandad. El pulso político entre el líder comunista y su anfitrión, Manuel Fraga, quedó reducido a unas tibias alusiones a la dictadura cubana, unas paternales lecciones de iniciativa privada y una partida de dominó.
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