Estos nuevos descubridores de América, despojados ya de sus armaduras, se relajaron frente a las cataratas del Iguazú. El presidente del Gobierno español encontró algunos minutos para confraternizar con las indígenas, que posaron junto a él en bañador, en una divertida escuela de sirenas. Más tarde, esperaba al señor presidente uno de esos viejos cacharros, los ya famosos DC-8, que dieron a don Felipe el mismo susto que a Sus Majestades y que, a fuerza de averías, lograron meter en el futuro y en la postmodernidad a las tras carabelas colombinas. He aquí la última crónica de Indias.
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