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Resumen de Bloody influences: La herencia cinematográfica de Street Fighter II.

Marcos R. Cañas Pelayo

  • El viejo tópico de que segundas partes nunca fueron buenas carece de sentido cuando hablamos de la marca Street Fighter. Ciertamente, la primera entrega diseñada por Takashi Nishiyama y Hiroshi Matsumoto en 1987 les valió a ambos profesionales un nuevo contrato en Shin Nihon Kikaku (SNK). El juego tuvo una aceptación razonable entre el público de las recreativas por su mueble con botones sensibles que emulaban la recepción de los golpes que sufría cada combatiente (Sol, 2016).

    Sin embargo, nada de eso parecía beneficiar a largo plazo a Capcom, la dueña de la recién nacida franquicia de juegos de lucha. Sus dos artífices se mudaban a otra compañía y el producto había alcanzado cierto aprecio (Deheppe, 2023: 46), pero lejos de la categoría de otras marcas rivales. Sea como fuere, aquel vacío de poder creativo se convirtió en una auténtica blessing in disguise[1], permitiendo una serie de azares improbables que terminaron germinando en el videojuego por excelencia cuando se habla de este género.


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