Gatekeepers, celadores, vigilantes, somatenes, guardias. Todos los humanos somos, en alguna medida, cancerberos de nuestra esencia, cuidadores de lo que concebimos como nuestro y apropiado, coherente y permitido; pero ¿nos autoriza eso a supervisar lo que otros, en el marco de una sociedad pluriétnica, multicultural, diversa y distinta, tienen a bien decir, crear o gritar? La censura, la prohibición y las asunciones egoístas sobre lo que debe, o no, plasmarse en las superficies públicas de nuestros territorios —arte o exigencia, denuncia o alabanza— constituyen el asunto de este texto: un oxímoron a la memoria efímera de la protesta, un monumento a la fugacidad de los gritos que muchos se esfuerzan en callar.
Gatekeepers, vigilantes, security guards. All humans are, to some extent, gatekeepers of our essence, caretakers of what we conceive as ours and appropriate, consistent and permitted; but does that entitle us to supervise what others, within the framework of a multiethnic, multicultural, diverse, and different society, would like to say, create or shout? Censorship, prohibition and selfish assumptions about what should or should not be reflected on the public surfaces of our territories —art or demand, denunciation or praise— are the subject of this text: an oxymoron to the ephemeral memory of the protest, a monument to the transience of the shouts that many try to silence.
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