María Luisa Vázquez de Ágredos-Pascual
Desde el Norte de México hasta América Central, incluyendo Costa Rica, se extiende un amplio territorio que en época prehispánica fue testigo del nacimiento, esplendor y decadencia de una diversidad de culturas que se asentaron en él, nos referimos a la zona que se conoce como área cultural de Mesoamérica. Fue este el contexto, en el marco de una región integradora de una multiplicidad de tradiciones culturales, en el que se desenvolvió la civilización maya, razón por la cual no es posible entenderla como un fenómeno aislado, sino como una realidad social, política, económica y cultural que en muchas de sus pautas compartía los mismos planteamientos que se registraban en otras sociedades del área. Complejidad social, planificación urbana, el desarrollo de un arte y arquitectura monumental, la presencia de un sistema de escritura, el conocimiento de importantes nociones de carácter científico o la existencia de una estudiada organización estatal a nivel administrativo y burocrático, son algunas de las características que justifican la calificación de la cultura maya en términos de una civilización en la que, por otra parte, el principio bajo el que se articulaba la organización de todos sus miembros era el de la estratificación social. En la cúspide de esa estructura jerárquica se encontraba la figura del gobernante, quien, desde una posición sacralizada, respaldada por un complejo sistema de creencias que creció paralelo a una sociedad cada vez más compleja, ejercía un control absoluto sobre toda la colectividad. Nuevamente, al igual que ocurrió en otras culturas de la historia en las que el concepto de realeza va asociado al de divinidad, y en las que la autoridad, en este sentido, se ejerce de manera centralizada por una minoría dirigente, el arte se concibió como la expresión más evidente del rango y poder de ese grupo minoritario encabezado por el rey. La magnificencia de la arquitectura monumental, la elaborada iconografía impresa en estelas, altares u otras manifestaciones realizadas en diferentes soportes, se alzan como un perfecto testimonio del poder de la civilización maya en la época del Clásico. Precisamente es a ese otro tipo de soportes a los que nos vamos a referir a lo largo del presente trabajo. En concreto, intentaremos presentar la industria de la lítica y de la lapidaria como dos campos especializados dentro de los sistemas de producción de la sociedad maya que estuvieron volcados en la realización de unas piezas que, en su diversidad, sirvieron para reforzar el poder de los personajes a los que pertenecían y, en definitiva, del Estado
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