Asciende a la superficie una rítmica de la respiración, un patrón reiterativo que se estira en la medida en que se está respirando en el texto, y que apenas sospecha su relación con el sentido -quisiera decir con su utilidad social- se curva y retorna al inicio, a la superficie del texto que sigue. Lo que arroja, en conjunto, es un espacio bronco -como se dice en los Andes- en el que se avanza y se retrocede, se corta y se une, se teje y se desteje para ir generando un despiste en la consciencia crítica, un temblor que desestabiliza el automatismo del signo y su empate cultural a favor de un reacomodo permanente («No sabe, no sabe y aguarda y no sabe lo de estar, y está (ah!)»).
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