De los pequeños bistrós a las grandes mesas, la humillación suele formar parte de la vida cotidiana de quienes trabajan en la cocina. Arraigada en una concepción militar de la jerarquía, la violencia se justifica como un paso necesario. Mientras que los nuevos reclutas son más propensos a denunciar los abusos, la precariedad y las jornadas extenuantes, una minoría de jefes de cocina ha decidido plantar cara al sistema.
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