El entrelazamiento de paisaje y arquitectura parece cada vez más un rasgo sustancial de la arquitectura reciente. En parte, sin duda, como una ampliación de la conciencia medioambiental, pero también debido a la necesidad profesionalmente asumida de prestar atención al espacio público –no solamente calles y plazas, sino parques y espacios naturales–, y a una responsabilidad inexcusable de poner en relación el edificio y su entorno, sea urbano o campestre.
El momento inicial de este cambio puede situarse cuarenta años atrás, en 1982, con la presentación en el concurso del parque de La Villette de una nueva generación de arquitectos; aunque entonces la adscripción al paisaje fuera más bien de orden retórico y sirviera de lanzamiento a algunas de las ‘estrellas’ del sistema arquitectónico que ahora se pone en cuestión. Pero en realidad las transferencias del paisaje que dieron pie a un cierto modo de entender la arquitectura del presente son muy anteriores.
En este escrito se identifica una sucesión de episodios reveladores que, desde el descubrimiento del paisaje como objeto de observación a comienzos del XVIII, han provocado diversas mutaciones, algunas de largo alcance, en el desarrollo de la arquitectura y la ciudad durante los tres últimos siglos.
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