Pamplona, España
La imagen de sí mismo que el niño-a adquiere del acto emocional de verse a través del espejo de sus padres, se transforma en actitudes comportamentales que definen día a día dicho autoconcepto.
Por lo tanto, la clave de una conducta empática, asertiva, confiada, respetuosa y positiva tiene mucho que ver con la vida emocional que el niño ha tenido junto a su familia.
Esta enorme responsabilidad conlleva, por parte de los padres, ser personas controladas, dialogantes, capaces de reorientar sus expectativas y emociones. De ahí que el reto principal de los padres, no lo constituya en realidad la educación de sus hijos, sino su propia educación emocional. Para lo cual los padres habrán de desarrollar habilidades de auto conocimiento, capacidad de escuchar, entender y asistir al hijo-a, y destrezas para establecer y mantener diálogos profundos con éste/a.
A partir de cierta edad, temperamento, personalidad y vivencias familiares se unirán para desenvolver en el niño-a su capacidad de ser feliz, adaptarse con naturalidad a las exigencias de la vida, ser capaz de soportar frustraciones y conflictos, saber reflexionar y prever las consecuencias de sus acciones antes de llevarlas a cabo. Todo ello le otorgará un profundo sentimiento de orden y paz interior, que generará un trato amable y cortés para con los demás.
En conclusión, podemos asegurar que la familia constituye el entorno básico donde el niño/a se vé a si mismo, y aprende a utilizar el manejo de sus emociones, siendo capaz de establecer, en su día a día, hábitos sociales de encuentro positivo, basados en sus derechos y deberes éticos-sociales.
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