En este artículo me propongo dar razón de la falta de coherencia que afectaría al pensamiento de Carl Schmitt, y que se haría evidente, tal como lo desarrollo, ya en el paso de Teología Política a El Concepto de lo Político. En lo fundamental, intentaré mostrar cómo Schmitt, en su intento por volver contra el mundo y el estado modernos la idea de soberanía pensada bajo la lógica de excepción, no advierte que tal lógica es inherente a aquello mismo que deplora. Más precisamente, mediante dicha lógica Schmitt apunta hacia aquello que, bien entiende, sería la base del mundo moderno y de su racionalidad: la exclusión de lo absoluto, el consiguiente relativismo. Pero no advierte que esta exclusión es, a la vez absoluta, de modo que lo absoluto ha sido desplazado al lugar paradójico de la excepción. Así, queda atrapado por aquello que él mismo, en su El concepto de lo político, denomina “la asombrosamente consistente sistemática del pensamiento liberal”. Pues sólo de la muy moderna y absoluta (y paradójica) exclusión de lo absoluto – de lo absoluto en cuanto fundamento positivo, al cual se podría apelar para fundar una concepción positiva de lo político – se sigue que la razón suficiente de la regla, que la confirma y da vida, sólo pueda ser pensada como excepción. Con esto, excepción y regla devienen correlatos: aquélla sólo puede existir, en tanto excepción, a través de ésta; a su vez, la inmanencia de las reglas que constituyen el espacio político moderno no es ni podría jamás ser completa, de modo que el mismo afán de completarla pone en evidencia su incompletitud, la fisura a través de la cual se abre hacia la exterioridad de la excepción.
My purpose in this essay is to critically account for the lack of internal coherence affecting Carl Schmitt’s oeuvre, a lack that an in-depth comparison between Political Theology and The Concept of the Political is enough to establish. In short, I shall try to show how, in his attempt to turn the idea of sovereignty, conceived under the logic of the exception, against the modern world and its political organization, Schmitt disregards the way in which that logic is, on the contrary, inherent to the object of his rejection. More precisely, with the means of that logic, Schmitt aims at what he correctly understands is the ground of the modern world and its rationality: the exclusion of the absolute and its consequence, the ensuing relativism. But he disregards the complexity of this ground and of its relation to the absolute. Because this exclusion is, itself, absolute, so that the absolute has rather been evacuated to the paradoxical locus of the exception. In this way, and against himself, Schmitt remains under the spell of "the incredibly coherent systematics of liberal thought." Because only the modern, and paradoxical exclusion of the absolute – of the absolute as a positive ground, that might provide the foundation for a thoroughly positive conception of politics – can transform the exception into the rule’s sufficient reason. With this, exception and rule become correlates: the former can only exist, as exception, through the latter. At the same time, the immanence of the rules that make the modern political space is never complete; the very effort to complete it discloses its inherent incompleteness, the crack through which it surrenders to the exteriority of the exception.
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