Pintar es un hecho artístico. Consagrar una producción cultural es un fenómeno social. La consagración se encuentra implicada en el proceso de puesta en valor de las producciones culturales. Esta puesta en valor convoca una alquimia social de un ineludible peso propio. “Bienes”, “Valor”, “Práctica”, “Profesionalización”, “Consagración” son herramientas conceptuales y definiciones que dan cuenta del fenómeno histórico de mercantilización cultural. Un fenómeno que, cruzando al campo del arte, deja su huella en la labor del artista contemporáneo. Moldeando una tecnología política sobre el YO y un “deber ser” artístico, que se afirma en los discursos e identidades, y que trasciende al hecho de producir obras de arte, afirmándose en convertir personas en artistas, y producciones culturales en nombres: formarse académicamente, hallar su “búsqueda” personal y seguir el trayecto hacia la “madurez” (artistas emergentes, jóvenes y maduros) son parte de las exigencias del campo que van configurando la identidad de los artistas contemporáneos. Hacerse un nombre, es decir, que la producción de obras sea identificada, en un movimiento metonímico, por el nombre de su creador, implica transitar el camino de la consagración. La obra se reconvierte en marca para favorecer su mensurabilidad y su intercambio.
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