En el siglo XX México nos había obsequiado con dos tormentas formidables. La primera, que precisamente fue bautizada así por Eisenstein en su película, se liga a la Revolución mexicana por antonomasia. Un súbito huracán, entre cuyas influencias no puede dejarse a un lado al krausismo que, desde Madrid, llega a muchos ideólogos mexicanos, arrasó la etapa de creciente desarrollo económico, de inserción en la economía internacional y de aparente solidez, de Porfirio Díaz (1876-1911). La Constitución de Querétaro, de 1917, que con la de Weimar, va a empujar a todas las democracias del mundo por el sendero social, fue su fruto más espectacular.
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