Sarajevo, ciudad entreabierta. Aunque la paz sea todavía una quimera, sus habitantes se atreven, al menos, a cruzar la calle sin miedo a ser abatidos por una bala perdida. No importa que la tregua haya sido impuesta a punta de ultimátum. Ni siquiera las trascendentales consecuencias estratégicas de la crisis, con el renacimiento formal de Rusia como gran potencia y la indisimulable victoria de los serbios, pueden empañar la satisfacción generalizada por este primer y tímido triunfo sobre la barbarie, la muerte y la guerra. Ahora queda esperar, que no es poco, que Sarajevo no sea, únicamente, un sedante para la conciencia de Occidente y que, de hecho, se convierta en el origen del camino hacia una paz estable, duradera y justa en los Balcanes.
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