La revolución cubana está exhausta, agotada, inmóvil, sin futuro. Pasa hambre. Se muere. Fidel Castro, aquel barbudo de Sierra Maestra que, con su triunfo sobre la corrupta dictadura de Batista, se convirtió en refugio ideológico de los desheredados de todo el mundo, pide árnica. Necesita alimentos, repuestos, medicamentos y, sobre todo, dólares. La caída del hermano soviético, gracias al que pudo sobrevivir a 35 años de embargo norteamericano, amenaza con arrastrarle. El sueño se ha tornado en pesadilla, la esperanza en frustración y el futuro en amenaza. Los que se fueron, tantos años vilipendiados y escarnecidos, no sólo tenían razón sino que, además, aparecen como la única salida de un régimen que vive una cruel agonía.
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