En una época en que la historia del pedal se escribía con coraje, pundonor y sangre, fue la gran alternativa, la esperanza española, el eterno aspirante a un trono que ocupaba, despótico, el mítico Eddy Merckx. Típico producto de una emigración trágica y vitalista, Luis Ocaña hacía vibrar a una España en blanco y negro que empezaba a vislumbrar el color. Unos pocos momentos de gloria que siempre ofrecieron la impresión de no colmar las aspiraciones de un carácter complejo, que alternaba la euforia y la depresión. Después, un olvido del que, fugazmente, sólo conseguían rescatarle las ondas y, por último, el suicidio, un final trágico y desesperado para alguien destinado a engrosar la lista de los juguetes rotos.
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