¿Para qué sirve la escuela? ¿Para qué me sirve estudiar, a mí, hijo o hija de obrero y futuro obrero u obrera? ¿A mí, hijo o hija de empleado o empleada, de inmigrante, de parado o parada? ¿A mí, futuro empleado o empleada, futuro parado o parada, futuro excluido o excluida? Esta cuestión la oye cien veces al año cada enseñante, cada educador o educadora, confrontado a niños y niñas de medios populares. ¿Por qué debo aprender estas ecuaciones y estas reglas de gramática? ¿Qué es lo que queréis que haga con vuestras lecciones de historia cuando sea empleado o empleada de oficina? Paso de vuestros ribosomas y de vuestros cromosomas… ¡Quiero ser mecánico! De la respuesta que demos a estas cuestiones legítimas dependerá a menudo la motivación que logremos suscitar o conservar entre el alumnado. Es aquí, sobre un silencio, una duda o una respuesta puramente formal, de donde puede nacer el abandono.
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