Eran las tres y cincuenta y seis minutos de la madrugada del 21 de julio de 1969, hora española. Niños y adultos congregados ante el único televisor en blanco y negro de la casa, comunidades de vecinos enteras, reunidas frente a un sólo receptor, en total, diez millones de españoles se disponían a entrar en una nueva era de la historia de la Humanidad de la mano de un trío de héroes universales. Armstrong, Aldrin y Collins, la viva representación de la proeza astronáutica norteamericana, cruzaban por primera vez el umbral de un sueño milenario: desembarcar en la superficie lunar. Y lo hacían ante la mirada atónita y la admiración unánime de la población de la Tierra.
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