Cuando el anónimo pintor terminó los murales de la ermita de la Virgen de Belén en Liétor, no sólo había 'editado un libro de imágenes' de las devociones que las gentes de allí profesaban a comienzos del segundo tercio del siglo XVIII, sino que también había pintado un repertorio que recogía gran parte de las devociones generalizadas que poseían por entonces las comunidades del mundo cultural al que la villa pertenecía. Creemos que el periodo transcurrido entre 1729 y 1749 fue el de mayor esplendor y el que hizo que esta ermita superase en importancia a las demás. Se potenció el culto en ella y se decoraron sus paños con las pinturas que hoy lucen.
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