Considerada por algunos críticos como la mejor novela de Raymond Chandler (1888-1959), la indagación en la corrupción que supone ADIÓS, MUÑECA (1940) supuso un paso más para el autor en su personal interpretación de las convenciones del género negro. Si en «El sueño eterno» (BA 0700) era un caso de chantaje el que servía de urdimbre para la acción de Philip Marlowe, en «Adiós, muñeca» será la búsqueda que emprende, tras salir de la cárcel, de su «pequeña Velma» el singular gigante Moose Malloy («Incluso en Central Avenue, que no es la calle más discreta del mundo en materia de vestimenta, pasaba tan inadvertido como una tarántula en un trozo de bizcocho») la que desencadene un siniestro recorrido que desenmascara los resortes del poder en una ciudad en la que «las leyes se hacen para los que pagan».
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