La pintura impresionista, trivializada a veces tras un siglo de éxito, fue en otro tiempo una revelación deslumbrante. Para recobrar aquel momento, aquella visión original, hay que acudir a las reacciones de la crítica de la época. os primeros defensores de Manet y Degas, Monet y Pisarro, se acercaron a sus obras desde un credo naturalista, pero apreciaron ya en ellas un giro subjetivo: el pintor impresionista no quería plasmar la naturaleza misma, sino una sensación personal ante la naturaleza. Mediada la década de 1870, se formaría en la crítica de arte un modelo oculista, que pretendía explicar la nueva pintura estudiando la fisiología del ojo impresionista. Un ojo primitivo, reducido a puras vibraciones de color; un ojo analítico, empeñado en descomponer los matices más sutiles de la luz; un ojo hipersensible, degenerado o bien adelantado a la evolución futura de la retina humana. Ese paradigma óptico dominaría hasta 1890, cuando los críticos simbolistas, al asumir la defensa de Van Gogh y Gauguin, definieron el arte como escritura de signos. En esta antología se reúnen los textos esenciales de la crítica del momento sobre el impresionismo, hasta ahora inéditos en castellano. Entre sus autores se encuentran algunos de los escritores más celebrados de la época, así como muchos otros. Los ensayos vienen acompañados por una amplia selección de las pinturas de Manet, Degas, Monet, Renoir, Pisarro, Cézanne, Seurat, Gauguin y Van Gogh, entre otros.
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