Durante el franquismo, el patriarcado inventó, para legitimarse a sí mismo, el concepto de mujer como un ser inferior moral, intelectual y físicamente al varón, a la que este debía tutelar, vigilar y proteger. Si el nacional-catolicismo promovía la reclusión de la mujer en el hogar no lo hacía solo con el objetivo de “consolidar” la unidad familiar; detrás de esta doctrina, que alababa el ideal femenino de virtud y pureza para justificar lo que en realidad no era sino obediencia impuesta y obligada sumisión, se escondía además una estrategia económica que buscaba solventar la maltrecha situación de la España de posguerra. Impidiendo el acceso de las mujeres al mundo laboral, y encomendándoles la “loable” tarea de encargarse de la economía doméstica, el sistema se garantizaba un mejor aprovechamiento de los escasísimos recursos existentes.
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