Tras el traslado de Manuel de Falla a Madrid para desarrollar sus estudios musicales a finales del siglo XIX, el compositor estableció amistad con un grupo de jóvenes que formaron lo que ellos mismos denominaron una “Peña Lírica”: Leopoldo Matos Massieu, Manuel Prieto Ledesma, Joaquín García González y algunos otros. De todos ellos, Leopoldo Matos fue el amigo más constante, su consejero, su aliento en los momentos depresivos, su soporte económico cuando el maestro lo necesitó, el administrador de sus ahorros cuando los tuvo, el receptor de sus recomendaciones y el depositario de sus confidencias: “Eres el único amigo fiel de todos los que formaron nuestra histórica o prehistórica peña”, le escribe Falla en 1914.
Lo sorprendente del caso es que se trata de una figura totalmente ajena al mundo que a Falla le interesaba. Abogado de prestigio en Madrid, diputado por Las Palmas entre 1910 y 1923, Gobernador Civil de Barcelona, Ministro en tres ocasiones, con Maura y con Berenguer, con amistad muy estrecha con la Familia Real… Esta es la persona a quien Falla se dirige, refiriéndose a su ópera, con las expresiones de “nuestra hija” y “nuestra Vida Breve”, a quien dedicó El sombrero de tres picos, y quien tuvo la oportunidad de escuchar, interpretado por el propio Falla, lo que iba componiendo de la Atlántida.
Entre ambos se cruzó una copiosa correspondencia a partir de 1909 conservada en el Archivo Manuel de Falla y en el Archivo Histórico de Las Palmas, truncada por el asesinato de Matos al comienzo de la Guerra Civil, que permite adentrarse en aspectos inéditos de la personalidad del compositor más importante del siglo XX en España.
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