Javier Iglesia Berzosa (coord.)
Este libre tiene un origen casual. La colaboración en varios medios de comunicación sirvió al autor para indagar en determinados archivos familiares que le proporcionaron un rico material inéito hasta la fecho. Por otra parte, la escasa bibliografía referida al sur de la provincia burgalesa durante el siglo XIX le animó a redactar una monografía que presentó al profesor de la Universidad de Burgos don Federico Sanz Díaz. Sus sabios consejos determinaron que se decidiera a cursar los estudios de doctorado. Esta obra es el fruto de ese trayecto. En junio de 2009 presentó en el Departamento de Ciencias Históricas de Burgos el trabajo de suficiencia investigadora de tercer ciclo y en marzo de 2016 la tesis doctoral.
La suma de ambas investigaciones han dado lugar a este estudio que, corregido y adaptado, se presenta en dos volúmenes y cuatro partes diferenciadas, aunque dependientes entre sí: Antiguo Régimen e Ilustración (1788-1808); Guerra y Revolución (1808-1814); Las resistencias al cambio (1814-1833) y Divergencias liberales y guerra civil: la regencia de María Cristina (1833-1840).
El camino recorrido por el autor ha sido largo y complejo, debido en gran parte a la dificultad de indagar en archivos locales mal dotados o, sencillamente, inexistentes. El resultado final, en cualquier caso, es una obra extensa, didáctica, rigurosa, amena, que analiza con detenimiento la evolución política, económica y social que sufrió la comarca ribereña del Duero burgalés en los primeros lustros contemporáneos. Un espacio temporal breve, pero marcado por las pasiones, el fanatismo ideológico y la violencia extrema. Partiendo del influjo que suscitó la Ilustración y de la traumática presencia napoleónica en España, Javier Iglesia se adentra en la fractura que provocó el nuevo ideario liberal en la sociedad ribereña. Con paciencia de cirujano disecciona las transformaciones que tuvieron lugar en esos años, sus causas, sus protagonistas, su evolución y, sobre todo, sus frenos. Obstáculos que tuvieron en los estamentos privilegiados y, en especial, en la Iglesia, a sus principales valedores, pero cuyo activismo contrarrevolucionario se cimentó en una sociedad rural pobre, atrasada e inculta, que observaba con frustrante impotencia el ascenso de una burguesía urbana emergente, acaparadora y oraz, que no se había caracterizado precisamente —o eso pensaban ellos— por su oposición al intruso francés. Los incendios de Roa y Nava de Roa por el general carlista Balmaseda, en 1840, pusieron el corolario final a tantos desencuentros.
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