Las Transiciones Ibéricas, aunque poseedoras de unas génesis opuestas entre la ruptura revolucionaria de una y el reformismo pactado de la otra, acabaron confluyendo en lo que sería un mismo "proyecto" para la mayoría de sus sociedades: la consecución de una democracia occidental asimilable a los patrones de la CEE. Que el cambio diera comienzo en Portugal explicaría la aparición de la llamada "corriente de ida", con la positiva atracción que el 25 de abril generó en sus comienzos en España, mutando con posterioridad al comprobarse los "peligros" de un proceso revolucionario que desbordó al Estado y cuestionó los equilibrios de la Guerra Fría. Lección ibérica que ayudó a que nuestro país recorriera un camino democratizador diferente apenas unos años después. El hecho de que la mudanza en España se atuviera al referido objetivo europeo-occidental motivó la aparición de otro flujo de influencia peninsular, el de la "corriente de retorno", ante las dificultades del escenario posrevolucionario en Portugal, constituyendo la primera influencia exterior de la Transición española. Estas interrelaciones nos muestran una continuidad histórica que cuestiona la imagen estereotipada de dos países que viven dándose la espalda.
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