La investigación de Cardenal demuestra que las autoridades en Beijing no están involucradas en «diplomacia pública» tal como lo entenderían las democracias. En su lugar, parecieran estar persiguiendo objetivos más malignos, por lo general asociados con nuevas formas de censura directa y control de la información en el exterior, cosa que es todo lo opuesto a la concepción benigna del «poder blando».
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