Las estrechas e históricas relaciones entre España y Puerto Rico, vivieron un momento profundamente convulso a fines del siglo XIX, como consecuencia del fin de la presencia española en la Isla, a raíz de la victoria norteamericana en aquella tristemente recordada Guerra del 98, con la cual se ponía fin a cuatro siglos de historia común.
En ese citado siglo, se contempló en aquella isla caribeña bajo el prisma de las grandes transformaciones, tanto económicas como políticas, desarrolladas bajo el proceso constitucional de 1812, en el que Puerto Rico casi fue un mero espectador, hasta 1826 en donde el fracaso del mítico Congreso de Panamá permitió neutralizar la amenaza del separatismo, debido a la incapacidad de las nuevas Repúblicas Americanas de conseguir la fundación de un movimiento político que coadyuvase a la independencia en la Isla, por más que en Puerto Rico se observaran algunos signos de todo ello, como fueron el levantamiento del Regimiento de Granada, en 1838; el Grito de Lares, en 1868, coincidiendo con La Gloriosa en la Península; y la fundación del Partido Autonomista.
Pero, además, el siglo XIX sería el de la cimentación de una nueva nacionalidad, que desembocaría en el surgimiento de un nacionalismo puertorriqueño, que a la postre promovería, al menos en cierto modo, su independencia de España. En este período la Isla, que antaño había sido una pieza más de cuantas ejercían funciones defensivas de los intereses españoles en el Continente y carente de propia conciencia, pasaría a ostentar un desarrollo político-administrativo que impulsaría una comunicación institucional de variados niveles y diferentes intereses. La segunda mitad de siglo conllevó una dependencia particular debido a la situación de la Isla, las circunstancias internacionales y las propias necesidades de la Metrópoli que desembocaron en la búsqueda de su identidad entre el asimilismo, el autonomismo y la independencia de Puerto Rico.
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