En Arte e irreflexión, el autor, en tono a menudo desenfadado, ejerce el papel de crítico de arte “que critica el sistema arte” asentado en la tradición reflexiva, causante de situaciones aberrantes, y culpable de la perpetuación de intereses modales capaces de ser ellos y los contrarios sin ninguna repugnancia.
Frente a la reflexión (que convierte a todos los que se acercan al mundo de la cultura –y del arte- y viven de ella en “funcionarios de la Institución, y además, por exigencias del guión, les hace aparentar su rechazo a lo que apoyan, construyen y mantienen, ora sea blanco, ora sea negro) ve en la irreflexión la única salida del círculo vicioso de altas murallas y sólidos intereses
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