Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña
El optimismo de los filósofos ilustrados sobre la humanidad o sobre «el estado de naturaleza» no casa bien con la tozudez de la realidad histórica a poco que se analice fríamente y de forma rigurosa. Pero tampoco se pueden sustentar las visiones nihilistas que solo reparan en «el horror», en lo más oscuro del alma humana, desechando como fruto de farisaicas «convenciones sociales» o inconfesables «recovecos psicológicos» todo acto desinteresado, todo altruismo, toda filantropía, en definitiva, toda bondad. Más allá de constatar un océano de sufrimiento del ser humano por obra de otros seres humanos, se puede encontrar un sentido a la historia humana, sea este trascendente o inmanente. Ante la inhumanidad hubo un momento en la historia humana en el que surgió la respuesta, profundamente espiritual y no biológica, de la compasión, que no es más que una empatía sin matices con el sufrimiento ajeno. Esta obra intenta hacer inteligible el conmovedor heroísmo ético de tantos miles de seres humanos que hicieron el bien en situaciones «infernales» a lo largo de la historia. Si la historia humana nos muestra, como magistra vitae, que el dictum pesimista homo hominis lupus es el que ha imperado en la gran mayoría de las situaciones y sociedades, también nos permite descubrir, de cuando en cuando, rayos de luz en forma de una minoría significativa de seres humanos que hicieron, contra viento y marea, del homo hominis sacra res su norma absoluta de comportamiento. Algunos de ellos cambiaron el mundo al introducir una ética de la compasión en sus sociedades que modificó actitudes y estructuras, aliviando en no poca medida la tendencia depredadora de sus congéneres. El fin de la esclavitud, del sacrificio humano o de la tortura judicial parten de las semillas que ellos plantaron hace milenios. Esta obra también gira en torno a su lucha épica contra la iniquidad. Es, por así decirlo, una historia de los padres fundadores de la compasión.
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